El Tesoro Quimbaya

Alfredo Cardona Tobón.
Publicado en El Diario del Otún. 23 de diciembre de 2013 

La bola de las guacas quindianas se regó por el sur antioqueño y en 1884 el arriero Macuenco, con Carlos Agudelo, Ángel Toro y otros aventureros, se internaron en  la cerrada selva por los lados de Rioverde y el río Quindío y como gurres escarbaron altozanos y terrazas en busca de los tesoros quimbayas.

Jesús María siguió los pasos de sus paisanos y llegó al cañón del Roble, donde una enorme cruz de madera señalaba una ruta incierta en medio de cañabravas, donde los tigres marcaban el territorio con las osamentas de tatabras que dejaban peladas entre los rastrojos.

El jovencito se transformó en un hombre forzudo, mandón, guapo y con una puntería tal que no hubo fiera que se le escapara, con razón lo llamaban “el Tigrero”. En esa tierra úberrima y sin amos, Jesús María alternó con desertores, con gente sin oficio ni beneficio y  buscadores de fortuna en torrenteras y collados, en vegas y en hondonadas, donde espantaban alacranes y culebras para clavar la media caña y desenterrar las riquezas que los indios confiaron por siglos a la madre tierra.

“El  Tigrero” al par con la fonda” y con su  sueño de la aldea en la “Cuyabra”, alternó los cultivos con la minería, dejando a sus amigos los tesoros de los quimbayas. Cuando un enorme tronco le aplastó la vida en una veta solitaria, los guaqueros encontraron su cuerpo y quizás su ánima, que pese a la pesadumbre por una mujer ingrata,  se negaba a alejarse del Quindío.

Miles de piezas de oro salieron de la entraña quindiana a museos extranjeros o simplemente a convertirse en lingotes anodinos en los crisoles de joyeros y comerciantes. Por fin en 1942, el gerente del Banco de la República, don Julio Caro, inició la compra del oro precolombino y empezó a conformarse el Museo de Oro, y entonces las joyas quimbayas empezaron a enriquecer el patrimonio cultural de Colombia.

“Yo siempre creí que vuestro país era fabuloso en bienes artísticos, pero veo que lo es aún más en la nobleza e hidalguía de sus gentesT”- afirmó la reina regente de España, María Cristina de Habsburgo, al inaugurar ese 11 de noviembre de 1892, la exposición iberoamericana, durante la conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América.

Y era lógico que se encontrara tan agradecida y sorprendida, pues el presidente colombiano  Carlos Holguín, le había regalado a la reina un fabuloso tesoro de mil  doce objetos arqueológicos y etnográficos, donde sobresalían ciento veintidós figuras de oro, descubiertas en el municipio de Filandia  que representaban figuras femeninas y masculinas, sillas, cascos y poporos, en tamaños entre quince y treinta centímetros y pesos hasta de 1143 gramos de 24 kilates.

Según investigaciones de la Academia de Historia del Quindío no figura en los archivos de Relaciones Exteriores ninguna autorización oficial en la entrega del tesoro quimbaya; parece  que el presiente Holguín, en un arresto de generosidad  por el laudo que favoreció a Colombia en La  Guajira  y en la orilla izquierda del Orinoco, regaló las joyas a  la reina regente, después que las sacó del país con la disculpa de exponerlas en Europa.

Con el tesoro quimbaya y el resto de los valiosos objetos  viajaron Vicente Restrepo y su hermano Ernesto, historiador y especialista en cultura quimbaya. Al decir de Elvira Bonilla, directora del Museo del Oro, tales conocimientos no sirvieron a los Restrepos para hacer caer en la cuenta a los generosos donantes sobre la magnitud cultural del regalo.


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